Plaza de los Patos (Plaza 25 de julio) en Santa Cruz de Tenerife |
Hace unos cuarenta y cinco años a Santa Cruz de Tenerife arribó un buque, da igual cual, un buque en cuya tripulación iba como miembro un egipcio. Este hombre, que a estas alturas de mi vida no logro acordarme de su nombre, conoció a una chicharrera, cosa extraña en la sociedad de la época, no ella sino el que se conocieran, y estuvieron juntos, paseando toda esa tarde por la ciudad. Parece ser, que la Plaza de los Patos fue uno de los sitios más bonitos, a sus ojos, que había visto, y así debió de ser sobre todo por la buena compañía de que disfrutaba.
Algo más tarde en 1987, estando de viaje por Egipto, llegué a Siwa, después de pasar controles militares en Marza Matruh y de estar acompañados obligatoriamente por militares de civil, porque en esos momentos a través de la frontera con Libia estaban las tropas de este país ayudando a los rebeldes del Chad estando ambos en franca retirada, atacados y hostigados por las tropas del presidente Hissene Habré apoyadas por Francia. Ya en Siwa, un extenso oasis, lleno de piscinas naturales, antiguo reducto de Cleopatra, todos sabían que habíamos llegado. Esa misma noche unos ricachones nos invitaron a cenar, una fastuosa comida, abundante, variada y servida por las mujeres, tendidos en unas fantásticas alfombras y repochados en los cojines. Al terminar me hicieron cantar, si, cantar, y lo único que en ese momento me venía a la cabeza era:” Fúlgida luna del mes de enero, dile a mi amante cuánto sufrí, que no me olvide por que la quiero, que me perdone si la ofendí…” y no se si eso hizo que me salvara de una violación o qué, porque yo ya no sabía si estaba allí por mí o por mis dos amigas, que también las acosaban. Bueno, total, que al día siguiente fueron otros lugareños los que nos fueron a buscar para estar con nosotros, foco de atención se llama eso. Fue entonces cuando conocí al nieto de uno de los guías militares del mariscal Rommel en el Africa Korps de la 2ª Guerra Mundial y a su amigo, un acaudalado inversor cairota, al que había convencido de invertir en la zona construyendo en sus terrenos unas “huts”; chozas turísticas, para incentivar el turismo y dar riqueza a la zona. Este egipcio era propietario del Hotel Atlas en El Cairo, lugar que ya conocía, y al que fuimos invitados, además de propiedades en Mallorca y más. Poseía en medio del oasis de Siwa un chalet, el único chalet, cuyo interior era realmente, si no desconcertante, si un despropósito. Su decoración era una recreación de un castillo medieval, con sus armaduras, sus escudos, sus cabezas de ciervos. Había una enorme maqueta de una nao mallorquina en una inmensa urna de cristal, alfombras y…y una chimenea del tamaño de mi cocina.
Pasamos la tarde paseando por su finca y jardines, comiendo dátiles, hasta que llegamos a una zona que tenía en construcción, donde había unos bancos y una fuente. Nos invitó a comer uvas y a tomar el té, a refrescarnos los pies y a sostener una buena charla. Hubo un momento en que el cairota se me quedó mirando en silencio, a lo cual recuerdo que todos le acompañamos y con gesto de sorpresa me preguntó. “¿es que este sitio no te recuerda nada?”. “No”, le contesté con un “no” largo y lánguido. Insistió en que me fijara. Y ya entonces fue cuando me percaté. “La plaza de los Patos”. Me contó su historia, y que fue una de las tardes más bonitas que recordaba en su vida. En honor a aquella mujer, estaba construyendo con sus recuerdos aquella plaza. Aún le faltaba la tortuga y la oca, que se la estaban haciendo y me consultó si lo que veía era correcto o no, pero no que le diera más información, solo quería que fuera como su recuerdo.
Manuel Torres, 2º por la izquierda. Nieto guía militar de Rommel, 3º por la izquierda. Inversor egipcio, 4º por la izquierda. En la fuente de los jardines de éste último. |
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