domingo, 7 de octubre de 2012

Con los pies por delante

CON LOS PIES POR DELANTE



I.-


Tras la noche en el viento

con rumbo al misterio,

en la cercana y olvidada isla

que teme a la muerte,

fiel

a mi destino cumplo.

Y sea quizás por el tiempo de los tiempos

en los que la vieja llamada de la vida,

con enfermas gotas de pasión

y recuerdos de textura gris,

me pone pies de plomo.

No deseo marchar, quedar

por tiempo indefinido

un poco más.

Ciudad tranquila con vientos de mar,

una alfombra de hojas que deseo pisar;

del árbol viene la fresca locura

la indispensable alegría que brinda la huida.

Que fuertes raices de historia y cariño

me atan con suerte,

con principio y mimo.



II.-

Entre la lava y el mar

conjugando el placer

de la insólita soledad,

me he visto con locura

frente al camino

sabiendo cual no era

y cual quisiera.

No tengo más remedio

que aceptar con precisa indecisión

ascender desde el abismo

o sepultado

morir en la arena más occidental.



III.-

No importa que el viento bata en mi cara

con profunda suavidad,

no importa que incida el Sol

en mi piel de tizón.

Importa la sensación

que me produce el pensar,

cuando me baña el alma entre sus brazos,

que irremediablemente me ama.



IV.-

Curado de todo mal

para el futuro poder

llegar a enfrentar

con suerte y dignidad,

la autopsia revela amor.

Imaginación doble para conquistar

el punto neurálgico de la quietud,

es más, no tenemos conciencia de la sinrazón,

no tenemos dolor para la paz.

Resbalamos en una conciencia ajena

cuya despreocupación no tiene limites.

Escapo a la sabiduría más siniestra

porque de ella no concibo

terribles

y dolorasas,

y mágicas

concepciones de una vida

completa, feliz y desgarradora.

Estudio para no saber

que huyo

de lo que pretendo ser.



V.-

Que paz y sosiego,

que contradicción como armas

para una vida de lujo,

de humildad, de bestias

para la humanidad.

Tengamos un ruido metálico

que a ciudad y amistad,

tengamos un vago recuerdo.

Construyamos un ciclón

que destroce con un silbido dulce

toda una obra, una vida,

una inmensa mayoría

de inútiles fantasías

que vagan constantemente

entre una luz pobre

y un atardecer frío,

con Sol, en silencio

para demostrar que estoy aquí.

Vivo y queriendo

que todos los recuerdos

me lleguen en un momento.

Y mentiras, olvidarlos ya conseguía.

No pudiendo mantenerlos

en mi mente de hombre tierno.

Y yo paso por eso.

Consigo en un momento

que la tierra y el cielo

se comulguen en silencio.

Y tanta paz y tanta quietud

para mí sólo,

rodeado de tanta bestia

que comprende que el mundo

no da tantas vueltas.

Y quiera por un momento

que sepa como la memoria,

que olvido y sigo vivo,

que quiero y estoy contento.

Perteneciente a: Diario de los días en que nací y morí de Manuel Torres González